ANTONIO TAPIA
En sus obras, el artista murciano rompe en pedazos las escenas que le rodean y caen las grietas como rayos, caen como relámpagos que rasgan el lienzo y saltan como interrogantes sobre la sociedad que al mismo tiempo protege y agrede. Tapia atraviesa así con sus peculiares hendiduras no sólo las paredes soporte de los resquebrajados paisajes, sino el ánimo del espectador, que se alerta y se inquieta.
Rincones cordobeses, aviones, teléfonos o coches se dejan retratar por su mirada agitada y herir por su pincel riguroso, áspero y duro, pero que deja un breve espacio para el reposo. El que permite su hallazgo de pintar en tres dimensiones, pero no en ésas que reclama el cine para sí, sino en tres planos de la realidad: el tema retratado, la vieja pared y la tormenta de grietas. Y que el ojo expectante se detenga donde prefiera.
Contemplar la obra de Antonio Tapia no es sólo detenerse en el dominio de la técnica y de la composición, ni dejarse derrotar por la realidad cruda y despojada que muestran sus cuadros.
Observar las escenas solitarias, la decrepitud o la decadencia de las paredes que exhalan sus acrílicos es ir más allá. Es sumergirse en un mundo donde cada pieza comunica algo y nada ha caído al azar.
Si maneras de comunicarse hay muchas, la escogida por Antonio Tapia, o más bien la que lo ha escogido a él, no es precisamente la más banal, frívola ni fatua. Es una comunicación trabajada e intensa, resultante del esfuerzo intencionado. Es un mosaico de pinceladas y pensamientos que transmiten una realidad social, y nunca un mero paisaje. Contemplar la obra de Antonio Tapia es, en fin, pararse a escuchar la realidad.
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